Cuando ya se habían apagado completamente los ecos de las cargas policiales y los gritos de las miles de personas que se concentraron por la mañana

Alocada, aturdida, alegre, rebosante de ingenio y de simpatía, la señora de Guissac creyó que ciertas cartas galantes, escritas y recibidas por ella y por el barón Aumelach, no tendrían consecuencia alguna, siempre que no fueran conocidas y que si, por desgracia, llega­ban a ser descubiertas, pudiendo probar su inocencia a su marido, no perdería en modo alguno su favor. Se equi­vocó… El señor de Guissac, desmedidamente celoso, sospecha el intercambio, interroga a una doncella, se apodera de una carta, al principio no encuentra en ella nada que justifique sus temores, pero sí mucho más de lo que necesita para alimentar sus sospechas, coge una pistola y un vaso de limonada e irrumpe como un pose­so en la habitación de su mujer…

Quizás no sea del todo acertado el orden de la tríada del título, pero son los componentes básicos de la travesía de la crisis. No le corresponde a la sangre ser líder, será la última, pero llegará.